CRÓNICA DE ALUMNOS
De la montaña al mar. 2º. DÍA
El segundo día comenzó con un madrugón a las 7 de la mañana y con Pedro Emilio pasando por todas las habitaciones gritando: ¡¡arriba todo el mundo!!.
A partir de ese momento todos nos levantamos, nos vestimos, preparamos la mochila para la ruta y nos planteamos nuestro primer dilema del día: el de ponernos o no ponernos las botas de montaña con las que parecíamos ese monstruo tan buscado: “EL BIGFOOD”.
Después de decidir ponernos ese calzado tan poco glamuroso, nos fuimos a desayunar. Un café calentito, unas tostadas con mermelada y galletas mientras veíamos cómo en las ventanas se condensaba el agua por las temperaturas “poco calurosas” de afuera.
Tras desayunar nos fuimos al autobús con intención de comenzar la ruta, que, al fin y al cabo, fue una de las mejores ya que ocurrieron cosas divertidas para contar.
Siguiendo con el relato, compramos pan para el día y subimos hasta la estación del teleférico donde, como de costumbre, Pedro Emilio nos hizo varias fotos; desde distintos ángulos, sí, pero, en definitiva, la misma foto.
Subimos al teleférico: a medida que ascendíamos se nos taponaban los oídos, pero era im-pre-sio-nan-te ver, desde las alturas, un paisaje tan bruto y, a la vez, tan hermoso. Puesto que tuvimos que subir en 2 grupos, una vez todos arriba, Pedro Emilio se dispuso a darnos una de esas charlas sobre lo que íbamos a hacer y todo eso y, cómo no, a hacernos algunas fotos más,… que no faltaran. Cinco minutos después estábamos en ruta: ascendimos la falda de una montaña en la que pudimos ver nieve casi derretida, aunque la mañana comenzaba a abrirse y se predecía buen tiempo y temperaturas regulares.
La ruta empezó a hacerse muy bien, puesto que después de una corta ascensión comenzamos a descender y llegamos a una zona llana de prados situada entre las montañas que se elevaban a nuestro alrededor. Poco después, los profesores nos indicaron que, cuando viéramos un campamento, nos paráramos a comer, pero ¡cuál fue nuestra sorpresa!...: escuchamos a Pedro Emilio comentar: “…esto es una cosa que me encanta hacer y todos los años la hago…”; yo estaba cerca y me pregunté que qué es lo que haría cuando, de pronto, le veo alzar los brazos en cruz y echarse a correr prado abajo hacia donde yo estaba…; fue uno de los momentos más divertidos de la ruta.
A continuación paramos a comer y Antonio Muriel nos comentó que aparecería, como efectivamente lo hizo, un tipo de curioso pajarillo negro con el pico largo y rojo que se comería nuestros pedacitos de pan. Después de comer proseguimos la ruta hasta que llegamos a un punto en el que tomamos un trayecto nuevo –que, espero, nadie vuelva a hacer- que iba totalmente por dentro de una montaña: como habréis pensado ya, ¡sííí!, era un descenso totalmente rocoso: ¡¡¡lo peor!!!. Personalmente, ya no podía más; tenía los gemelos supercargados y estaba agotada. Algunos de nosotros (bueno, sólo yo, que yo sepa) acabamos llorando de cansancio, ya que no estamos acostumbrados a andar tantísimo.
Con un calor horrible y una sed totalmente insaciable, como una luz al final de un túnel, vimos la salida: al final, llegamos de nuevo a la estación del teleférico, pero, para sorpresa y buen susto, varios de nuestros compañeros se despistaron y se perdieron en el tramo final de la ruta. Los que llegamos a la estación descansamos, mientras que los profesores salieron en búsqueda de los compañeros “perdidos en combate”. Después de localizarlos por teléfono, quedamos en recogerlos en la carretera de vuelta con el autobús. Cuándo los localizamos, el conductor, José, les gastó una broma no parando hasta más adelante…: los chicos corrieron detrás del autobús creyendo que los quedábamos allí; ¡fue bastante gracioso!.
Por la tarde, visitamos una ermita y el monasterio de Sto. Toribio de Liébana, donde nos mostraron un trozo del lignum crucis, un trozo de madera, supuestamente, de la cruz en que Cristo fue crucificado. Después tuvimos tiempo libre para visitar y cenar en Potes.
Finalmente, desde mi punto de vista, debo decir que ha sido una excursión en la que conseguí superar muchos temores; al principio, no quería ir porque pensaba que iba a ser muy dura para mí, pero mi madre me convenció y estoy orgullosa de haberle hecho caso, porque ha sido una excursión preciosa desde el punto de vista geográfico y desde el punto de vista de la convivencia con mis compañeros.
Como conclusión, me gustaría decir que este viaje puede llegar a ser muchísimo más divertido que cualquier otra excursión organizada desde un punto de vista más lúdico.
Miriam Pavón Torreño Noviembre 2010
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